¿Nuestros problemas los transmitimos a nuestros hijos?
Muchas veces nos preguntamos qué impacto
tiene para nuestros hijos nuestros problemas, asuntos pendientes, las
relaciones que hemos tenido durante nuestra vida con nuestros padres,
amigos, hermanos, parejas, etc. La respuesta a esta pregunta es simple,
todo les afecta de mayor o menor manera, sin embargo, esto no nos debe
alarmar sino que por el contrario, es algo que hay que tener en
consideración a la hora de relacionarnos con ellos.
No se trata tampoco de andar
continuamente angustiados con qué emociones les traspasamos a nuestros
hijos, sino saber que han existido situaciones en nuestra vida que nos
han afectado y que hoy en día se reflejan en nuestra paternidad.
La transmisión de nuestras problemáticas
a nuestros hijos siempre se dará, algunas serán de manera consciente y,
quizás, las más profundas se darán por medio de lo inconsciente. Es
decir, que muchas veces no logramos darnos cuenta que lo que entregamos a
nuestros hijos es fruto de una relación y de las vivencias que tuvimos
en nuestra infancia, las cuales hemos pensado como experiencias
agradables, desagradables o que aún no queremos pensar.
La angustia, las situaciones difíciles,
las pérdidas, depresiones e incluso situaciones que significamos como
traumáticas, son partes de las experiencias más difíciles en nuestra
vida. Éstas, nos pudieron haber afectado durante nuestra infancia a tal
modo que la única vía para resolverlas fue guardándonos lo que sentíamos
creyendo que así nos protegeríamos o cuidaríamos a nuestros seres
queridos. Así, ante algunas experiencias (muchas veces difíciles) hemos
preferido “no molestar y mejor callar”; la fórmula que durante un tiempo
nos ayudó a sobrevivir ante diversas situaciones que eran difíciles de
pensar (porque nos producían pena, angustia o porque simplemente no nos
permitíamos siquiera significarlas aún), con el tiempo dejan de
funcionar. Comenzamos a hacer aguas por otro tipo de situaciones y que
parecieran que no tienen conexión alguna con lo que nos pasa en la
actualidad, así, nos enojamos, tenemos reacciones que no quisiéramos
tener y que incluso ni nosotros mismos sabemos porque ocurren, pero
cuando éstas ocurren nos acarrean problemas.
Nuestros hijos se recienten de los que
nos pasa y nos ha pasado, establecemos una conexión psíquica por medio
del lenguaje, las miradas y nuestro cuerpo. Entregamos a la hora de
compartir con ellos, experiencias que nosotros mismos hemos aprendido de
otros y otras que han quedado pendientes en generaciones anteriores.
Así, transmitimos a otras generaciones los mismos problemas, esperanzas,
conflictos, que han quedado pendientes sin que nosotros lo sepamos.
Tanto ellos como nosotros hemos guardado silencio ante estas vivencias,
se sabe que hay algo que pasa que pero no saben cómo ayudarnos y se ha
preferido no preguntar para no generar un rompimiento o una crisis
familiar que se cree que pudiese llegar a suceder ante la opción de
develar el secreto.
La transmisión de nuestros conflictos
conscientes e inconscientes ocurre bajo lo anteriormente descrito, pero
también, bajo el “secreto psíquico”. Éste (muchas veces ignorado por
nosotros mismos), guarda nuestras vivencias más profundas, aquellas que
son muy difíciles de pensar y son traspasados a generaciones
posteriores. Las vivencias las percibimos pero, a su vez, las hemos
normalizado a tal punto que develarlas nos genera angustia, temor u
conflicto. Así, las formas de expresarlas que tenemos o que tienen
nuestros hijos es por medio de actitudes y situaciones que resultan
ajenas a la conducta familiar (por ejemplo: angustias, miedos, diversos
síntomas conductuales), generando, muchas veces que nos veamos expuestos
a situaciones que resultan incomprensibles por nosotros mismos.
Sin embargo, no se trata de no traspasar
estos conflictos, ni de caer en una constante situación de angustia al
preguntarse una y otra vez, si lo que hace mi hijo es por tal u otra
cosa que le he transmitido. Lo importante, es esclarecer conflictos o
deudas que no hemos logramos resolver, que nos apoyemos en nuestra
pareja, familia, amigo o terapeuta, para que así las situaciones las
hagamos más amables de pensar con otros, aunque muchas veces impliquen
dolor. Es importante que consideremos lo que nos ocurre y en su
determinado tiempo les expliquemos a ellos lo que nos ocurrió (si es que
encontramos necesario hacerlo).Ps. Felipe Matamala
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